AGITADORAS

 

PORTADA

 

AGITANDO

 

CONTACTO

 

NOSOTROS

       

ISSN 1989-4163

NUMERO 115 - SEPTIEMBRE 2020

 

Hikikomori

Francisco Gómez

Relato perteneciente al libro: Los días suspendidos

El mundo es la gran ventana donde miramos, vemos, a través de la que nos reflejamos. Gracias a mi ordenador el mundo torna en virtual. La realidad del mundo, de la gente, de esta so(u)ciedad de la que dicen formo, me guste o no, parte, es mentira, dolor, engaño, trampa. Nos desgajaron sin pedirnos permiso de la niñez, de la inocencia y nos obligaron a adentrarnos, quisiéramos o no, en el laberinto de los adultos. En sus miedos, en sus contradicciones, en sus luchas de todos contra todos. Nos obligaron a conocer el significado de la soledad del llamado mundo real. Ese espacio triste, aburrido, mediocre en el que casi nadie es quien aparenta ser, donde muy pocos son dueños de sus propios sueños, de sus ilusiones. La poliédrica y atrapante hiedra de la realidad  te obliga a ponerte de cara a la pared e impone sumisión. Desde la juventud a la tela de araña del olvido en la vejez. No nacimos para ser unos perdedores, unos agrios degustadores del desencanto, unos pobres diablos que se conforman de vez en cuando con migajas de la llamada y esquiva felicidad en las calles del desencanto.

El mundo real nos atrapa, asfixia, llena de pesar y miedo. El mundo real es la mentira más grande de este invento llamada so(u)ciedad. Miramos a las ventanas de los enormes edificios de los apartamentos de enfrente. Apenas  ningún habitante de los pisos sale a los balcones a sentir los escasos rayos de sol de esta ciudad siempre lluviosa. Casi nadie se asoma a los ventanales para asistir al espectáculo de la vida que discurre por la calle; la gente llevando a sus hijos al colegio para someterlos a las normas sociales y las mujeres haciendo la compra y los viejos con los bastones a la busca de los últimos coletazos del astro rey antes de enclaustrarse en sus casas y comerse la ración diaria de plasma digital televisivo.

Casi nadie mira por la ventana la vida que corre rápida en la calle. Las urgencias de la mediocridad, las obligaciones de la esclavitud laboral, las hipocresías sociales de buenas sonrisas a vecinos, familia, compañeros. Las ventanas apestan a soledad, a incomunicación de los unos con los otros. Lo sabemos, lo sentimos, lo padecemos pero ya es demasiado tarde para solucionarlo. Mis amigos y yo hemos decidido defendernos de las mentiras, de la agresión, de la indiferencia, de la soledad del mundo real. Somos un grupo que interactúa internáuticamente aunque nunca nos hemos visto físicamente. Robinsones que navegamos entre islas digitales para encontrarnos y descubrir el mundo virtual. El mundo virtual es más cálido, más sociable, más humano. Rechazamos a quien no es, no comulga con nuestro clan. Silenciamos y bloqueamos al diferente. Nuestra comunidad es internacional. Desde aquí, desde Japón a Estados Unidos, Australia, Europa, Egipto a México, Argentina...Unidos por nuestros códigos, nuestras claves, nuestros nicks, nuestras contraseñas, nuestros grupos y foros de privacidad.

Yo mismo tengo más amigos en Estados Unidos que en mi propio país, en esta ciudad. Cientos de amigos en Facebook, miles de seguidores en Twitter, en Linkedin. Veo a la gente del mundo real como seres extraños, agresivos, indiferentes. Monstruos que quieren devorarnos a nosotros los diferentes que no aceptamos sus normas, sus convencionalismos, sus reglas para moverse por su so(u)ciedad.

Mis padres están hartos de mí. Dicen que salga de mis cuatro paredes, que me busque un futuro, que estudie, que trabaje, que compre una moto, luego un coche, que ahorre para alquilar un miniapartamento, un loft, que me independice, que me eche una novia y vaya a vivir con ella y venga a visitarles los domingos. Que tenga hijos y sea un hombre de provecho, útil en esa so(u)ciedad, que compre y consume, que ame la bandera de mi país, al emperador y la religión que ellos me enseñaron de pequeño.

Están desesperados conmigo porque no salgo a la calle, mi mundo de relaciones es el ordenador: facebook, twitter, instagram, flickr y los foros para comunicarnos las cosas que nos interesan y los blogs para comentar nuestros estados con los amigos internáuticos, expresar nuestros pensamientos, nuestra soledad digital.

Mi universo es mi habitación. Me relaciono con la gente a través de la pantalla de mi ordenador en el universo virtual de navegación. La ventana  cerrada nos separa del mundo real, escenario de tremendas luchas por la supervivencia y devoradores dispuestos a lo que sea por el dios dinero, el dios estatus, el príncipe posición social, el caballero relaciones sociales.

Cuando aprieta el hambre físico, abro la cerradura de la puerta y cometo incursiones a la nevera mientras todos duermen. En plena madrugada, cuando el día descansa de sus agitaciones, a la hora que el mundo real pacta un armisticio consigo mismo y sus vasallos, cuando a la ciudad se le ven sus auténticos perfiles y parece más engañosamente entrañable, asalto la nevera mientras todos duermen. Voy al baño a rendir pleitesía a mis necesidades fisiológicas y algunas veces observo el exterior a través de la ventana para contemplar el silencio de las calles, agotadas de sus competencias, bajo el telón de la oscuridad de las esquinas y la mudez de las ventanas de enfrente. Miro hacia arriba. Apenas puedo ver estrellas,  manchadas por la contaminación lumínica de las megapolis y pienso si esas estrellas iluminarán planetas con hikikomoris como nosotros, igual que yo. A lo mejor no estamos tan solos en este universo frío, distante, indiferente. Observo el cosmos, las constelaciones, las estrellas desde mi telescopio y tengo inmensa necesidad humana de no sentirme tan solo en el mundo real. Creer que un Gran Hacedor ha dispuesto la posibilidad de ser mínimamente amados en el teatro de operaciones del universo real. Pienso y lloro mientras los demás duermen. Pensar es llorar, pensar provoca sufrimiento. El ignorante es un ser feliz porque no necesita mirar, ver más allá de sus necesidades básicas. Vive, sobrevive a sus obligaciones, deberes, necesidades básicas. Acepta las reglas y no se hace excesivas preguntas. Uno más en la so(u)ciedad de los media y las mentiras de los políticos, los banqueros y todos aquellos que buscan nuestro bien porque ellos no somos nosotros. Saben qué nos conviene, qué necesitamos para ser felices y consumir lo que las imágenes y escaparates ofrecen.

Algunos compañeros tampoco pueden conciliar el sueño en las horas nocturnas y vigilean navegando en los foros los temas que han leído en los periódicos digitales o se han comentado en sus blogs, las imágenes que nos hacen reír, sobrecogen o hacen pensar en youtube o en los muros de facebook, las pelis que vemos de cinematografías que bajamos por el emule y utorrent. O charlamos en inglés en nuestros foros como buenos hikikomoris planetarios y solitarios con gente de todos los sitios para ahuyentar nuestra soledad en noches insomnes, estrelladas y melancólicas como ésta.

El amor también lo hemos conocido a través de la webcam. El amor sin besos, sin abrazos, sin contacto físico. Las ventajas del sexo fácil que no daña tanto como unos labios que se van y nos llenan el corazón de dolor y desesperanza. Las ventajas de no sentirnos heridos por alguien que se acerca, dice ser nuestra alma gemela, nos ama en las aristas de los días y la convivencia se aleja para dejarnos otra vez solos, heridos, desalentados, hundidos en las fauces del desamor, los puentes rotos y los teléfonos callados.

Así es mejor. El sexo frío sin contacto con la epidermis y la polivalencia de múltiples posibilidades. El amor digital, internáutico es un amor más seguro contra los desgastes de los besos y el contacto con la piel. Más seguro, más inquietante. La seguridad de la distancia en los corazones. Y más internacional. El sexo web no conoce barreras de distancia aunque deje ansias en el corazón sin llenar.

Por Paula de Nueva York sentí cierta atracción. Nos salvábamos de los sinsabores de la distancia con la cámara. Intimamos por el chat privado. Comentábamos nuestras cosas, nuestros gustos, deseos en el chat, nos mandábamos fotos por instagram, mi amiga favorita en facebook pero nunca nos besamos, nunca nos acariciamos, nunca hicimos el amor físico, piel con piel,  beso a beso, corazón con corazón.

Hasta que me pidió viajar a Yanquilandia y conocernos en persona. Me horroricé. Abrir la puerta de mi habitación para enfrentarme a mis padres, a mis vecinos. Bajar la escalera, pisar la calle, montar en metro, coger un avión me llenaba de pavor. El mundo real desconcertaba. Yo era un militante devoto del poder virtual y abandonar la calidez de mi nido me horrorizaba.

Paula se cansó de esperar. Ahora dice que sale con un chico que vive en la calle 57 a cinco manzanas de su casa. Y se besan, se abrazan y hacen el amor de verdad, piel contra piel y tienen planes juntos de futuro para unirse y acatar las normas y convencionalismos del mundo real y tratar de ser felices.

Quedo solo. Buscando un nuevo amor digital que colme mis aspiraciones de ahuyentar a ratos la soledad, despertar el sexo frío que me enturbia en noches solitarias, hablar vía chat con otra mujer que me ame cibernáuticamente y vuelva a ilusionarme con otras fotos subidas desde instagram con un bucle maravilloso e interminable que me provocará, al partir, un dolor limitado y previsible. No hondas penas de temibles desamores como los que suceden en el mundo real.

Pero en estas noches tristes, melancólicas, vacías, cuando miro a las estrellas no puedo evitar imaginar las fotos de Paula e imaginar cómo será el sabor de sus besos, el contacto de sus caricias y escuchar las palabras de amor en mi oído mientras me hubiera reído, abrazados los dos y bañándonos en playas reales.

Me dicen, algunas veces me digo, que desertamos de la realidad real porque no somos capaces de enfrentarnos a ella. Nos acusan de ser unos cobardes que no sabemos mirar de frente al destino de las cosas, de nuestra propia vida.

En noches melancólicas como ésta, cuando la gente duerme y yo estoy intercomunicado delante de la pantalla con el mundo, con gente comunitariamente solitaria igual que yo, prefiero este mundo virtual al exterior con sus violencias, su incomunicación, su falta de humanidad de unos con otros.

A veces cuando leo los diarios digitales, observo youtube o los trendic topic, quisiera desertar de esta realidad fea, monótona, oscura, violenta que rodea a los que perpetran la calle, esas ventanas cerradas a cal y canto al mundo de afuera, aprisionados sus habitantes entre cuatro paredes de aparente seguridad.

Dicen, nos dicen, que huimos de la realidad pero estamos interconectados a ella gracias a unos ojos tecnológicos que rastrean todo el planeta, las cámaras, las videocámaras, los satélites, los ipad, los iphone, las tablets, y observamos lo que sucede minuto a minuto a nuestro alrededor en el mundo. Hemos claudicado del mundo exterior para centrar nuestros pasos en la vicariedad.

Con mi padre, ese hombre al que apenas conozco y cuya vida poco me importa (nuestras sendas se separaron hace mucho tiempo), sé que si saliera de la habitación, dudo que tuviéramos temas de conversación. Me acusa seriamente de ser un vago, un haragán, un tipo del que no sabe cómo puedo vivir, a qué me dedico, tanto tiempo encerrado en la habitación...Recuerdo otro tiempo cuando mi padre era como un rey para mí y sentía que éramos felices. Cuando íbamos de excursión por las cumbres de la comarca para descubrir el primer mirlo de la primavera, la hermosura de la flor de loto y cruzábamos valles y ascendíamos las cumbres de la comarca. Mi padre se sentía feliz de llevarme a sus hombros como maestro que enseña al iniciado las maravillas de la naturaleza. Me gustaba observar  las nubes en las copas de los montes, las nieves vistiendo los picos. Cómo se reflejaba en los lagos la belleza de las montañas, las nubes, en el primer ejemplo que percibí de naturaleza virtual. Esta imagen no la he olvidado nunca y aún la llevo guardada en el álbum de los recuerdos. En aquella época no odiaba a mi padre. Lo veía como un ser dichoso que quería compartir conmigo la felicidad de sus pequeñas cosas y yo no sabía darme cuenta en mi ignorancia de niño que desperdiciaba las horas y los minutos, que el tiempo no es eterno, los sentimientos mudan y la belleza de los días pasa y se convierte en tiniebla y distancia en los días presentes.

Mi padre es hoy un extraño como supongo que yo también lo seré  para él, por las esperanzas que tenía depositadas y el barro de los días sucesivos ha teñido de desconcierto primero y luego desolación. Y este pobre hombre desconoce que a mi corta edad ya soy millonario. Desde mi software de última generación me dedico a la intermediación como broker.  Compro y vendo acciones, obligaciones, deuda, bonos. Opero en el mercado secundario, en el de materias primas. Poseo un holding de sociedades ficticias, testaferros debidamente identificados que operan, negocian, compran, venden, mercadean en mi nombre y me han hecho millonario. Dispongo de los programas y aplicaciones más efectivos para negociar, trabajar, divertirme, chatear y forear.

Pero a veces siento la soledad en mis labios, la necesidad de compañía real y no virtual. De sentir que un amigo de verdad me abraza y tomamos sake en cualquier lugar. Y hablar y mirarnos sin una pantalla por medio. Y llorar si hace falta, reírnos del mundo, de nosotros mismos. Cada día soy más incapaz de comunicarme con el mundo exterior con esas ventanas de enfrente que permanecen cerradas y sus inquilinos  son un misterio para mí, para ellos mismos en este hermoso universo intersolitariamente comunicado por redes y cables. Sin alma, sin emoción humana.

Ya no sé cómo salir de esta telaraña que me abraza, que nos devora  en esta soledad humana de noche oscura, de ventanas cerradas al otro.

Poca gente se fía de nosotros. Sé, nos sentimos vigilados por los que dominan el poder y el dinero. Saben que podemos acceder a sus datos, a sus cuentas, a sus movimientos especulativos. Descubrir las imágenes de los que se avergüenzan. El pasado y el presente se fijan en un río de imágenes y hay algunos que prefieren que se depositen en las ciénagas del olvido. Algunos de mis compañeros son hackers redomados, unos linces para internarse como topos en las redes internauticas, en los secretos mejor guardados de bancos y organismos oficiales. En las cuentas ultracerradas de organismos militares. Nos vigilan, persiguen. Estamos en la mira del gran ojo que se está comiendo esta so(u)ciedad planetaria, economicista sin alma ni corazón.

A veces somos como esos antiguos piratas que robaban a los ricos para distribuir a los pobres. Entramos en sus cuentas de paraísos fiscales, desvalijamos sus saldos. Ordenamos transferencias a ongs que ayudan a la gente en esta so(u)ciedad de  ricos y pobres dominados por el gran mercado global y los ojos que te vigilan.

Los gobiernos, las organizaciones políticas, económicas y sus brazos policíacos nos vigilan, quieren censurarnos bajo el sacrosanto paradigma de la seguridad para preservar nuestra libertad e integridad. Porque velan por nosotros, sus atrabiliarios y díscolos hijos que no sabemos dónde está nuestro bien. Bajo el paraguas de perseguir  y combatir el terrorismo, vigilar a los pervertidos, a los pedófilos, les ha dado alas para vigilarnos, observarnos, censurarnos. Algunos compañeros de mi grupo se autocensuran y no acceden a páginas ni redes por temor a ser vigilados, controlados el IP e incluso encarcelados, vilipendiados. ¿Puede ser este el principio del final de la libertad en la red? Nosotros controlamos a los controladores pero ellos también nos controlan a nosotros, escudriñan nuestras navegaciones por las singladuras digitales.

¿El fin de la libertad digital? ¿El comienzo de la tutela del papa estado que sabe qué es bueno para sus hijitos desnaturalizados, sus vástagos que no desean someterse a las reglas del redil donde todos estaremos seguros y calentitos a cambio de ceder parte de su soberanía personal, su libertad de moviemientos en la red.

Algunos ideólogos dicen que el apocalipsis digital podría venir por catástrofes naturales como terremotos que provocarían graves movimientos y desplazamientos de las placas tectónicas que destruirían los cables submarinos que conectan continentes. El fin de la comunicación digital. Imaginen que organizaciones terroristas provocasen grandes explosiones en los fondos de los mares y estas detonaciones creasen movimientos sísmicos. El desastre digital.

O que las terminales recibiesen desde servidores mal intencionados y   pútridos un colapso global de basura. Containers y containers  de spam incontenible e insostenible en vertederos digitales que anegasen de basura nuestros ordenadores, los cibers, las redes.

Peor aún y esta situación la hablo con mi grupo de amigos americanos, europeos, sudamericanos y asiáticos. Desde el lado oscuro de la tecnología, ataques indiscriminados, múltiples y efectivos de virus para propagarlos por las redes y las terminales. Temidos y peligrosos hackers negros. Sería terrible el fin de internet, el universo digital por la basura y los virus multiplicados y contaminantes.  El advenimiento de una epoca oscura donde los dominantes nos taparían la boca de la libertad e inaugurar  un nuevo tiempo de oscurantismo y silencio.

 

 

 


 

 

Francisco Gómez 

 

 

 
@ Agitadoras.com 2020